La fiesta de la Presentación del Señor pertenece de alguna manera al ciclo de la manifestación del Señor: luz en la noche de Nacimiento, luz en su Epifanía, luz en su Bautismo, el advenimiento de los Magos, luz en su Presentación al templo. Es la luz increada, presente en la humanidad de Jesús, que se va mostrando. Una luz que, al mismo tiempo, anuncia la luz de la Noche de Pascua. Realmente «lumen de lumine» que crece y se difunde. Es una fiesta ecuménica, que en Oriente recibe el nombre de la «Hypapantê«: «el encuentro del Señor con su pueblo«. Sí, María llevaba el verdadero templo de Dios en sus brazos, el auténtico lugar del encuentro: «La humanidad del Hijo de Dios«. El Espíritu lo manifestó como luz «ad revelationem Gentium«. Luz que iluminó los ojos de Simeón, luz que hizo saltar de alegría a la profetisa Ana, luz que nos ilumina y nos hace radiantes. Luz de la fe, de la gracia y de la gloria, en la segunda oración de bendición no se bendi cen las candelas, sino a los fieles que las han de llevar.
La monición del Misal al inicio de la celebración es decisiva para comprender el sentido de la fiesta: «También nosotros, unidos en el Espíritu Santo, vamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo, el Señor. Lo encontraremos y le reconoceremos allí en la fracción del pan hasta que venga de nuevo en gloria«. En el interior de la santa Iglesia acogemos en la fe la presencia del Señor glorioso.