5. PRESENCIA DE CRISTO EN LA LITURGIA

Cristo prometió estar presente hasta el final de los tiempos en su Iglesia (cf. Mt 28,20). Esta presencia se hace realidad sobre todo en la acción litúrgica, como dirá Sacrosanctum Concilium: «Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)» (núm. 7).

Estos diferentes modos de estar presente Cristo en la celebración tienen asociada una ritualidad propia.

La presencia de Cristo se nos anuncia por medio del saludo litúrgico: «El Señor esté con vosotros». Al inicio de la misa, concluido el canto de entrada y la signación, «por medio del saludo, [el sacerdote] expresa a la comunidad reunida la presencia del Señor» (Ordenación General del Misal Romano 50). Antes de proclamar el evangelio, nuevamente el saludo litúrgico nos llama la atención para manifestar la presencia del Señor que nos dirige su Palabra. En tercer lugar, la plegaria eucarística, momento en el que tendrá lugar la consagración de pan y del vino, presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo, se abre con el saludo litúrgico. Y finalmente, tras haber recibido a Cristo en la comunión, éste se ha hecho presente en la vida de cada creyente como se lo recuerda el saludo litúrgico que precede a la bendición final y la despedida del pueblo.

De la misma manera, los diferentes besos que se dan en la Eucaristía son signo de veneración de la presencia de Cristo. El beso al altar por parte del sacerdote al comenzar y terminar la celebración, nos evoca la presencia de Cristo en el pan y el vino que son consagrados sobre el altar. La proclamación del evangelio concluye con un beso al libro, mientras el sacerdote dice en secreto: «Las palabras del evangelio borren nuestros pecados». Y se besa al hermano en el momento de la paz: Cristo presente en la asamblea reunida.

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