La adoración de la cruz del Viernes Santo ocupa la segunda parte de la celebración. Cristo, clavado en el madero ha portado la salvación del mundo, ha realizado una nueva alianza entre Dios y la humanidad. Es por ello que pasamos a venerarla, para que no solo con nuestras palabras, sino también con los gestos, manifestemos que seguimos a Jesucristo. La liturgia indica que quien preside la celebración, si lo juzga oportuno, puede quitarse la casulla y descalzarse para venerar la cruz. Se trata de un gesto simbólico muy expresivo que podría pasar desapercibido. Al quitarse el calzado imita a Moisés que se quitó sus sandalias en el monte Horeb, por orden de Dios, pues pisaba terreno sagrado que pertenecía a Dios (cf. Ex 3,5: «Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado»). Solo el amo podía pisar calzado su terreno; el esclavo debía descalzarse. De este modo, se significaba que Moisés era siervo de Dios. Fue en ese mismo monte donde, más tarde, Dios establecería la alianza con su pueblo y le entregaría a Moisés las tablas de la ley. Igualmente, ahora, quien preside la celebración, como cabeza del pueblo, se descalza para pisar el Calvario, el monte donde Dios ha hecho la nueva alianza con la humanidad por medio de su Hijo, y queda significado así que nosotros también somos sus siervos, estamos subordinados a Cristo. Y no solo eso, sino que además se acerca a venerar la cruz sin casulla, esto es, sin manto, ya que, antiguamente, esta prenda era propia de personas libres; los esclavos no podían ponerse manto. Así, descalzo y sin manto, se presenta ante el Crucificado, reconociendo que solo él es el Señor.