La importancia de la liturgia en la vida de la Iglesia y en la vida de cada cristiano es evidente. La liturgia ocupa, por tanto, un lugar central ya que celebrar la fe es esencial para todo creyente. Pero, «¿cómo podemos crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? ¿Cómo podemos seguir asombrándonos de lo que ocurre ante nuestros ojos en la celebración?».
El papa Francisco da una respuesta clara y directa a estas preguntas que el mismo se hace en el número 31 de Desiderio desideravi, la Carta apostólica que publicó el 29 de junio de 2023 sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios: «Necesitamos una formación litúrgica seria y vital».
Una formación que, como señala el propio papa, tiene dos aspectos: «la formación para la liturgia y la formación desde la liturgia» (Desiderio desideravi 34).
La primera es una formación entendida como «estudio». Este aspecto de la formación es el primer paso para poder entrar en el contenido de la celebración, o dicho de modo «técnico», para participar en el misterio celebrado. Para ello es necesario una iniciación o educación litúrgica, una catequesis fundada en la liturgia que nos permita conocer sus bases teológicas, sus textos eucológicos, su lenguaje simbólico, su estructura ritual, su valor antropológico, etc.
Para conseguir esta formación podemos escuchar al magisterio, leer libros o artículos, asistir a clases y conferencias, participar en jornadas de estudio o congresos… La Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium dedicó cuatro números para explicitar la necesidad de formación: El número 15 habla de la formación de profesores de liturgia, el número 16 se centra en la formación litúrgica del clero, el número 17 se detiene en la formación litúrgica en los seminarios e institutos religiosos y, finalmente, el número 19 señala la necesidad litúrgica del pueblo de Dios.
Pero el papa Francisco, en la mencionada Carta apostólica Desiderio desideravi da un paso más al indicar que la finalidad última de la formación litúrgica es poder pasar del conocimiento a la vivencia. Ofrece, así, el papa un avance en la comprensión de la formación litúrgica, que él denominará «la formación desde la liturgia» (Desiderio desideravi 34). Se trata de la transformación interior que surge del encuentro con el Señor vivo, resucitado de entre los muertos, presente en la Eucaristía y en las demás celebraciones litúrgicas. «La celebración se convierte en el lugar privilegiado, no el único, del encuentro con él». «Sólo gracias a este encuentro, el hombre llega a ser plenamente hombre, […] abierto a una relación plena con Dios, con la creación y con los hermanos» (Desiderio desideravi 35). Es entonces cuando somos formados por la liturgia, somos formados por la participación en la celebración litúrgica. El conocimiento y el estudio de la liturgia debe estar en función de la puesta en práctica de la acción formativa de la liturgia en cada creyente en Cristo, de lo contrario no deja de ser puro racionalismo (cf. Desiderio desideravi 40). Esta formación se produce gracias a la acción del Espíritu Santo que perfecciona nuestro conocimiento de la liturgia, nuestro conocimiento del misterio celebrado. Ya que como recordará el papa en el número 41 de Desiderio desideravi «el conocimiento del misterio de Cristo […] no consiste en una asimilación mental de una idea, sino en una real implicación existencial con su persona». Por tanto, no es cuestión de comprensión mental, un proceso mental abstracto, sino de una relación que toca la vida, más aún, llegar a ser él y poder decir con san Pablo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). «La plenitud de nuestra formación es la conformación con Cristo» (Desiderio desideravi 41).
Sin dudas, queda clara la importancia de la liturgia en la vida del creyente para seguir a Cristo. Las celebraciones litúrgicas son fundamentales para alimentar la espiritualidad cristiana.
Terminemos con las iluminadoras palabras que utilizó el papa san Pablo VI para referirse a la liturgia en el discurso conclusivo de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, el 4 de diciembre de 1963, tras la aprobación de la Constitución Sacrosanctum Concilium: «La liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros que cree y ora, y la primera invitación al mundo para que desate en oración dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor en el Espíritu Santo».