Desde muy antiguo, en la solemnidad de Epifanía –conocida popularmente como fiesta de los Reyes Magos–, se han anunciado la fecha de la Pascua y las otras celebraciones móviles del calendario litúrgico. Dado que esa solemnidad se celebra el domingo posterior a la primera luna llena de primavera, su día cambia cada año. Y es por tanto necesario darla a conocer a los fi eles, juntamente con las otras fiestas que dependen de ella, como la Ascensión y Pentecostés que se celebran cuarenta días y cincuenta días, respectivamente, después de la Pascua, la Trinidad que es el domingo posterior a Pentecostés, el Corpus Christi que está fijado el jueves posterior al domingo de la Trinidad (o el domingo siguiente, en los lugares que se ha trasladado a domingo), o la Cuaresma que ocupa las seis semanas y media precedentes a la Pascua.
Dada la relación de este texto con la resurrección de Cristo, pues nos informa el día que la celebraremos, se anuncia desde el ambón, lugar reservado para la Palabra de Dios. No debemos olvidar que el ambón también simboliza el sepulcro vacío donde el ángel comunicó a las mujeres que Cristo había resucitado. Y de ahí que para algunos textos no bíblicos ni relacionados con la liturgia de la Palabra –como la homilía o las preces–, sea el ambón su lugar de lectura al estar estrechamente vinculados a la resurrección. Es el caso, por ejemplo, del pregón pascual.
Tradicionalmente este anuncio se ha hecho tras el Evangelio. Y así lo sigue indicando la rúbrica. Era lógico que se hiciera en ese momento en la antigüedad, pues, terminadas las preces, los catecúmenos abandonaban la celebración, por lo que si se hubiera hecho al final de la misa, éstos no hubieran sabido qué día era la Pascua, y, por tanto, qué día iban a ser bautizados (recordemos que era en la Vigilia Pascual cuando se administraba el bautismo). Y, en la liturgia actual, ha permanecido el anuncio de la Pascua y las otras celebraciones móviles en ese mismo lugar.