Queridos Reyes Magos:
Aunque hace tiempo que dejé de ser niño, quiero escribiros una carta que me brota tras haber leído el relato del evangelio que habla de vosotros.
Me impresiona vuestra actitud: escuchasteis la llamada en vuestro interior, os pusisteis en camino, más allá de dudas e incertidumbres, buscasteis y, finalmente, encontrasteis. Otros también vieron aparecer la estrella, conocían todo lo referente al nacimiento del Mesías –como Herodes-, pero prefirieron esperar sentados en sus seguridades, sin moverse de su lugar.
No os escribo para pediros «juguetes», no necesito más «cosas», pero sí necesito una estrella que me indique el camino a seguir para llegar hasta el Niño de Belén; una estrella que me oriente y me guíe hacia la verdad, hacia el amor, hacia la justicia. Quisiera tener vuestro empeño para seguir buscando incluso cuando la estrella parece que ha desaparecido o su luz no llega con claridad. Las dificultades del camino no deben detenernos. Cuando la llamada es más fuerte que el cansancio, cuando las ganas de seguir son mayores que las pruebas, se acaba llegando, como vosotros, a la meta.
Al leer el evangelio, me quedo con ganas de saber qué pasó en vuestro interior después del encuentro con aquel Niño. Descubristeis que él era el Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Y lo adorasteis. Con toda seguridad, él cambió vuestro corazón, transformando vuestra vida, pues leo que volvisteis a vuestra tierra por «otro» camino. No volvisteis por el camino de Herodes, que era el camino de la envidia y de la intriga, del ansia de poder y del deseo de acabar con el rival, sino que emprendisteis un camino nuevo. Dejasteis de lado vuestra vida para iniciar una nueva existencia, que surge del encuentro con Dios y proporciona una vida plena.
Seguiría escribiendo -¡el relato del evangelio me resulta tan sugerente!-, pero debo terminar y lo hago con una petición: ¡mostradme la estrella que lleva hasta el Niño!, ¡ayudadme a andar vuestro camino!