4. LA LITURGIA: PARTICIPACIÓN EN LA LITURGIA CELESTIAL

Jesucristo, tras su muerte y resurrección ascendió al cielo, sentado a la diestra del Padre. Allí Dios es glorificado por las jerarquías celestes y todos los santos. En el libro del Apocalipsis se nos describe el culto celestial, donde todos los santos y jerarquías del cielo alaban a Dios día y noche sin pausa: «Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del cordero!”. Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo: “Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén”» (Ap 7,9-12).

Nosotros peregrinamos en este mundo hacia la participación definitiva en esa liturgia eterna que se celebra en la Jerusalén celestial, que de modo sacramental se nos ofrece en la liturgia terrena. De modo que, en nuestra celebraciones litúrgicas «pregustamos y participamos en la liturgia celeste que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos» (Sacrosanctum Concilium 8). Así, la liturgia terrestre es una epifanía -manifestación- de la liturgia celestial.

En diferentes momentos de la celebración litúrgica se explicita esta vinculación entre la Jerusalén terrenal y la Jerusalén celestial.

Por ejemplo, cuando se indica, antes de cantar el Santo en la misa, que unimos nuestras voces a la continua alabanza que en cielo elevan las jerarquías celestes y los santos.

O cuando en las intercesiones de la plegaria eucarística se afirma que celebramos en comunión «con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires y todos los santos».

Esta dimensión escatológica está muy presente en las oraciones después de la comunión de la misa; sirva como ejemplo la oración después de la comunión de la misa de la cena del Señor del jueves santo: «Dios todopoderoso, alimentados en el tiempo por la cena de tu Hijo, concédenos, de la misma manera, merecer ser saciados en el banquete eterno».

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