El Año litúrgico empieza donde termina: no tiene fin en sí mismo.
Es un ciclo nunca cerrado, siempre abierto; sabiamente dispuesto, de tal manera que su final coincide con su principio.
La solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, termina con la proclamación de la realeza de Cristo y la esperanza de su retorno glorioso.
Evocamos las palabras del libro de la Revelación, pues contienen toda la teología del Año litúrgico.
Quizá son las más solemnes del Nuevo Testamento:
«Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A Él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra. Sí, amén. Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso» (Ap 1,5-8).
El Año de gracia del Señor se inicia siempre el I Domingo de Adviento con el anuncio de la venida escatológica de Jesucristo.
La Palabra celebrada, escuchada, entregada y contemplada en los cuatro Domingos de Adviento intensifica en nosotros la gloria del Señor Resucitado que, viniendo en la carne de su humanidad, viene ahora y siempre en la gracia del Espíritu Santo y vendrá en la gloria del último día.
La Iglesia, como Esposa, desea ardientemente esta venida de Cristo y con el Espíritu clama incesantemente: «Ven, Señor Jesús«.
Viene para habitar en nosotros: para ser amado, conocido y celebrado. En cada uno de los tres ciclos el contenido de los Domingos de Adviento es el siguiente:
I Domingo: La venida del Señor en la gloria y la exhortación a la vigilancia.
II Domingo: La misión de Juan Bautista.
III Domingo: La predicación de Juan Bautista.
IV Domingo: Los acontecimientos que preparan la venida del Señor.
El primero se abre con el horizonte de la salvación escatológica.
El segundo y el tercero presentan la venida del Señor tal y como fue preparada y mostrada por Juan el Bautista.
Y el cuarto es siempre en los tres ciclos una «anunciación«, en el Ciclo A, el anuncio a José; en el B, el anuncio a María; y en el C, el anuncio a Isabel.
Concretamente, en el Ciclo C, en el I Domingo se proclama la parte central del discurso escatológico de Lucas y la exhortación del Señor a estar despiertos y conscientes, pues Él será visto por todos viniendo en poder y gloria.
Él será la liberación de los males del mundo presente: lo fundamental será «mantenerse de pie ante el Hijo del hombre«. Los signos que preceden la última venida del Señor forman parte de la crisis constante del fluir de la historia.
En el Domingo II Lucas declara que en un momento determinado de la historia del mundo la Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto.
El evangelista da noticia de la misión y de la predicación del Precursor aplicándole el solemne oráculo de Isaías: «Voz del que grita en el desierto«.
El III Domingo continúa la predicación de Juan Bautista. Éste no se predica a sí mismo, sino que anuncia a Aquél que es más fuerte, de quien dice algo sorprendente: «Él bautizará con el Espíritu Santo y fuego«.
En el IV Domingo se proclamará el Evangelio de la Visitación.
El maravilloso encuentro de dos mujeres, una anciana y otra joven. Su alegría desbordante por el mutuo encuentro deviene una alabanza a Dios que las ha bendecido. Una bendición que redunda en todas las generaciones.
Las perícopas evangélicas van precedidas en los tres primeros Domingos, en la primera lectura, por oráculos del profeta Isaías, excepto el cuarto Domingo, que es del II Libro de Samuel, referente a la alianza davídica. En la segunda lectura se ilumina la esperanza de la venida del Señor con fragmentos de las cartas de Pablo, excepto el segundo Domingo que pertenece a la II de Pedro.
Los Salmos convierten los oráculos del profeta en oración. En el primer Domingo el célebre «Qui regis Israel, intende» (Sal 79) típico de Adviento. En el segundo y cuarto los Salmos mesiánicos 84 y 88. El tercer Domingo, obsérvese, se canta el «Magnificat» de la Madre de Dios.
La segunda lectura explicita el texto evangélico en la predicación apostólica. En estas cuatro lecturas se remarca la identidad de los cristianos como los que esperan la venida del Señor. Son expectantes de esta venida y, por consiguiente, la esperanza es su virtud más propia. Una esperanza gozosa y activa por la caridad.
Es importante fijarse en los versículos aleluyáticos, que representan una apertura gozosa y pascual al Evangelio que se proclamará y escuchará. Son de gran ayuda espiritual para la oración y mistagógica para la predicación.
La eucología, menor y mayor, es notable. Expresa el deseo de la Esposa-Iglesia que, con el Espíritu Santo clama: «Ven, Señor Jesús«. Hay una sabia disposición de los Prefacios: el Prefacio I y el Prefacio III se refieren a la venida escatológica del Señor. Se utilizan en los Domingos de Adviento I-III. El Prefacio IV es de contenido mariano y presenta la teología de Ireneo sobre María como “nueva Eva”. El Prefacio II, referente a la venida histórica del Señor y a la preparación inmediata de la Navidad. Los Prefacios II y IV se usan en las ferias mayores de Adviento, inclusive el IV Domingo que cae dentro de ellas. Los Prefacios de Adviento son clave para determinar los contenidos teológicos y espirituales de este tiempo. Hay que estudiarlos, meditarlos y apropiarse de ellos en la oración y en vistas a la predicación.