DOMINGO V DE CUARESMA

DOMINGO V DE CUARESMA

Domingo del grano de trigo que una vez sepultado, da fruto

Cuando los griegos quieren ver a Jesús, Él exclama: “Ha llegado la hora en que sea glorificado el Hijo del hombre”.

Las naciones, representadas por esos griegos, todavía no pueden contemplar la gloria del Señor: también para la Iglesia, al final de la Cuaresma, ha llegado la hora de participar del Misterio de su muerte y Resurrección y contemplar la gloria de su Resurrección.

Todo eso será realizado por la Pascua del Señor y la gracia de Pentecostés.

Sin embargo, el grano de trigo debe ser enterrado ya que, “si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”.

El discípulo debe llegar hasta ahí: “El que quiera seguirme que me siga, y donde esté yo, allí estará mi servidor”.

Estas palabras se cantan en el versículo de la aclamación antes del Evangelio.

Cuando yo sea elevado sobre la tierra,atraeré a todos hacia mí”.

La Cruz permanecerá elevada, exaltada, por los siglos de los siglos.

Elevada sobre nosotros como testimonio constante del Amor de Dios Trinidad;  también como una invitación a la conversión.

Unos se irán y preferirán otros dioses… los sabios de este mundo se escandalizarán… acaso otros blasfemarán y dirán: “Este no puede ser nuestro Dios”.

Pero otros adorarán al que de ella cuelga, y así encontrarán en ella su salvación.

Sí, la Cruz permanece, como sostiene el lema cartujano: “Stat Crux dum volvitur orbis”.

También el texto evangélico es un preludio de la Pasión del Señor: “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?” y tiene relación con la impresionante segunda lectura de la carta a los Hebreos, donde se describe la angustia y el dolor de Jesús en Getsemaní y su obediencia.

Con la voz que se escucha, se manifiesta que la humillación del Hijo es su glorificación: “Lo he glorificado y lo volveré a glorificar”.

Jeremías anuncia la nueva alianza y la nueva ley, no escritas ya en la piedra sino en los corazones, puesto que los pecados serán perdonados: “nunca más me acordaré de sus pecados”.

Toda la Iglesia suplica al Señor con el Salmo: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro”.

Este corazón puro lo regalará el Señor en la Noche de Pascua.

Para todos: los catecúmenos que recibirán el Bautismo y los fieles que lo renovaran, lo harán nuevo.

Acordémonos que el “Miserere” se canta incluso en la Vigilia Pascal cuando se celebra el Bautismo.

En la noche de Pascua el Señor crea en nosotros “un corazón puro y nos devuelve la alegría de su salvación”.

(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2024, Liturgia fovenda, p.159)

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