DOMINGO III DE CUARESMA
Domingo de la purificación del templo.
El Señor, lleno de celo por la casa de su Padre purifica el templo, y con su autoridad proclama que Él reconstruirá “el templo de su cuerpo” durante los tres días de su Pascua.
Es un gesto profético: el único violento de su vida.
Los discípulos, mientras devolvía al templo a “su verdad”, el ser casa de su Padre y no un mercado, se acordarían después de su Resurrección del versículo del Salmo: “El celo de tu casa me devora” (68,10).
Con este acto Jesús anuncia que purificará el templo con su muerte, Resurrección y donación del Espíritu Santo, levantando así el “nuevo templo” en el Misterio de los tres días.
La expresión: “Él hablaba del templo de su cuerpo” es la cúspide del Evangelio de hoy.
El gesto de Jesús no es moralizante, sino profético: es el anuncio de la muerte y la Resurrección.
La purificación del templo es en realidad un “preconium paschale”.
Los judíos que discutían su autoridad le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”
La respuesta de Jesús es sorprendente: el signo que ofrece para avalar su pretensión y su acción profética es un signo de futuro.
Dice el evangelista que con esa respuesta el Señor “se refería al templo de su cuerpo”, es decir, la prueba que Jesús da de su autoridad es el Misterio Pascual de su muerte y Resurrección, que incluye también el nacimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo, nuevo templo de Dios.
La predicación debe desplazarse de lo moralizante a la contemplación de la Iglesia, templo nuevo, que Él ha edificado en el Misterio: lo nuevo que Él ha erigido en el “Misterio de los días” “triduum paschalis”.
Con la Pascua de Jesús se inicia un “nuevo culto”, el culto del amor, y un “nuevo templo” que es el mismo Cristo Resucitado, por el cual cada creyente puede adorar a Dios Padre “en espíritu y verdad” (Jn 4,23).
Él es la Verdad que, crucificada el Viernes santo, veremos gloriosa el día de Pascua y que nos acoge en el nuevo Templo de su Cuerpo.
En la primera lectura, “alianza sinaítica”, la entrega de las Diez Palabras, “Mandamientos”.
Las tablas de la Ley divina no deben romperse, pero se debe tener siempre presente que la Ley no salva: salva Jesucristo.
Y no deben romperse porque sería como decir que sabemos la distinción entre el bien el mal.
Es lo que anuncia Pablo en la segunda lectura: “Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.
El Salmo responsorial manifiesta la Iglesia enamorada de la Palabra de Dios y de su dulzura. Ella sabe que las Palabras de Dios son vida eterna.
No olvidemos que el Salmo se canta a su vez como Salmo responsorial de la VI Lectura de la Vigilia Pascual.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2024, Liturgia fovenda, p.146)
www.beatofranciscocastello.com